Tras el objetivo: la ética de la fotografía de guerra

Palestinian woman Inas Abu Maamar embraces the body of her 5-year-old niece Saly, who was killed in an Israeli strike, at Nasser hospital in Khan Younis in the southern Gaza Strip, October 17, 2023. REUTERS/Mohammed Salem
Palestinian woman Inas Abu Maamar embraces the body of her 5-year-old niece Saly, who was killed in an Israeli strike, at Nasser hospital in Khan Younis in the southern Gaza Strip, October 17, 2023. REUTERS/Mohammed Salem
La delgada línea que separa el derecho a informar y el derecho a la intimidad hace que el fotoperiodismo de guerra se alce como una de las mayores pruebas para la ética periodística.

La historia del fotoperiodismo de guerra se remonta a mediados del siglo XIX, con pioneros como Roger Fenton y Carol Szathmari, quienes documentaron la Guerra de Crimea, y Mathew Brady, conocido por sus impactantes imágenes de la Guerra Civil Estadounidense.

Las imágenes de la guerra han tenido un impacto significativo en la historia. Fotografías icónicas, como la de la niña Kim Phuc huyendo de un ataque con napalm durante la Guerra de Vietnam o las imágenes de los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, han sacudido la conciencia global y han cambiado el curso de los acontecimientos al revelar la brutalidad de la guerra. A pesar de los avances tecnológicos y los nuevos medios de comunicación, la fotografía sigue siendo una práctica esencial que combina el arte de la fotografía con el rigor del periodismo, ofreciendo una ventana al mundo de los conflictos.

No obstante, el campo del fotoperiodismo de guerra presenta numerosos desafíos. Empezando por las condiciones en las que trabajan, extremadamente peligrosas, ya que se encuentran expuestos a combates, bombardeos y otras formas de violencia. Además, deben lidiar con la presión ética de capturar imágenes que son veraces y respetuosas con las víctimas, evitando la explotación del sufrimiento ajeno.

El fotoperiodismo consiste en humanizar los problemas, no en convertirlos en sensacionalistas

Muchos periodistas sienten una intensa presión para cubrir conflictos o historias de una determinada manera para satisfacer la «demanda del mercado». Así lo afirma el premiado fotoperiodista Zalmaï Ahad, quien tuvo que dejar su Afganistán natal tras la invasión soviética de 1980 y que habló con EJN sobre las cuestiones éticas que atañan al fotoperiodismo, sobre todo en la fotografías de las personas refugiadas. Zalmaï comenta que los periodistas y fotógrafos deben tener una convicción extraordinariamente fuerte porque siempre estarán presionados para crear un producto que atraiga a las masas.

«No quiero formar parte de la propaganda. Fotografiar a gente en crisis no es una película de Hollywood. Debemos entender que se trata de gente real, con sufrimiento real, en una situación real. Nuestro trabajo es ser lo más humanos posible».

Explotar el sufrimiento ajeno para tener fotografías impactantes no debe ser una opción. En ocasiones existe una difusa línea entre captar imágenes que son poderosas y necesarias para contar la historia y aquellas que son sensacionalistas y buscan provocar una respuesta emocional sin un contexto adecuado, no obstante, hay que conseguir definirla. Además, siempre que sea posible, los fotoperiodistas deben obtener el consentimiento de las personas que fotografían, especialmente en situaciones que no sean de combate directo. La privacidad de los individuos hay que respetarla para evitar exponer a las víctimas a una mayor vulnerabilidad, pero ¿y el derecho a informar?

Cuando el derecho a informar prevalece sobre el derecho a la intimidad

El tratamiento informativo debe realizarse respetando tanto el derecho a la información como el derecho a la intimidad. Sin embargo, la naturaleza del periodismo hace que haya circunstancias en la que ambos derechos colisionen de tal manera que se presente complicado elegir cual prevalece. El ejemplo claro de esta confrontación se materializa en las imágenes de la guerra, donde se tiende a mostrar a las víctimas civiles en momentos de dolor y luto, entrometiéndose en sus momentos más íntimos en aras de mostrar al mundo la crueldad del conflicto.

El camino a seguir ante estas tesituras no está consensuado ni establecido de manera rígida por ningún código ético o deontológico de la profesión periodística. Se habla de “recomendaciones” y se deja un amplio espacio de libre albedrío donde la ética del periodista debe tomar la decisión final. Parece unánime que las publicaciones de estas fotografías que se entrometen en la intimidad de las personas, sin su autorización, pueda estar justificada en virtud del derecho a la información cuando el público tiene una necesidad justificable para ser testigo. El National Press Photographers Association (NPPA) así lo afirma en el cuarto punto de su código ético:

“Tratar a todos lo sujetos con respeto y dignidad. Dar consideración especial a los sujetos vulnerables y tener compasión de las víctimas de crímenes o tragedias. Entrometerse en momentos privados de luto solamente cuando el público tiene una necesidad justificable de ser testigo.”

Pero ¿Qué es una necesidad justificable de ser testigo? Las imágenes de niños sufriendo el genocidio de Gaza se han difundido por todo el mundo, y se ha mostrado necesario hacerlo debido a la barbarie que caracteriza el conflicto, en especial teniendo en cuenta el elevado número de muertes infantiles que se han registrado. Sin embargo, también es necesario tener en mente que la privacidad de la infancia está aún más protegida, ¿Cuántas y cuáles son las imágenes que debemos publicar? ¿Dónde están los límites?

Es difícil dar con una fórmula para no pecar de sensacionalismo, lo mismo ocurre a la hora de “quedarse corto” y dejar únicamente a la imaginación del lector la realidad del conflicto. A través de imágenes, los fotoperiodistas de guerra pueden generar conciencia, influir en la opinión pública y presionar a los gobiernos y organizaciones internacionales para que tomen medidas. La población tiene derecho a estar informada, pero las víctimas también deben tener su intimidad protegida. ¿Dónde situamos los límites?

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