Mujeres periodistas en entornos hostiles: entre el compromiso y el peligro

Ser mujer en ciertos trabajos con lleva un gran peligro por la falta de protección que se da. En muchas regiones del mundo, ser mujer y además periodista es una doble condena a la persecución, por lo tanto, queremos reflexionar sobre los desafíos específicos que enfrentan las reporteras en contexto de guerra, regímenes autoritarios y entornos patriarcales, así como las estrategias que adoptan para resistir y seguir informando.

El periodismo se ha convertido en una profesión de alto riesgo en muchas partes del mundo. Pero cuando quien sostiene el micrófono, la libreta o la cámara es una mujer, los peligros se multiplican. Las periodistas no solo enfrentan las amenazas inherentes a contextos violentos o autoritarios, sino también un tipo de violencia específica por razón de género: acoso sexual, campañas de desprestigio, vigilancia sobre sus cuerpos y decisiones personales, y un silenciamiento sistemático que tiene poco que ver con la crítica profesional y mucho con el machismo estructural.

Desde México hasta Afganistán, pasando por Irán o Palestina, cada vez más reporteras se ven obligadas a elegir entre su vocación y su integridad física. Algunas lo arriesgan todo. Otras optan por el exilio o el anonimato para poder seguir informando. Todas enfrentan un desafío común: ejercer el periodismo en un mundo que aún penaliza con dureza la voz de las mujeres que no callan.

  1. La violencia de género como arma contra la prensa

En muchos casos, el acoso contra las periodistas no se limita al espacio físico. Las redes sociales se han convertido en verdaderos campos de batalla, donde insultos sexistas, amenazas de violación y comentarios misóginos buscan quebrar su credibilidad y su salud mental. En países como India, Brasil o Turquía, estudios muestran que las mujeres periodistas son atacadas en línea con el triple de frecuencia que sus colegas hombres, como documenta el informe global de la UNESCO y el Centro Internacional para Periodistas (ICFJ). No por lo que escriben, sino por quiénes son.

La violencia también se manifiesta en las redacciones. Muchas periodistas enfrentan desigualdad salarial y una cultura machista que las relega a temas “blandos” o las deja fuera de coberturas complejas por considerarlas «vulnerables», según un estudio de la Federación Internacional de Periodistas. En zonas de conflicto, esa percepción se convierte en un arma de doble filo: se les niega acceso, pero también se les expone a agresiones sexuales, chantajes y amenazas cuando logran entrar.

Un caso que sacudió al periodismo internacional fue el de la reportera sudafricana Lara Logan, corresponsal de CBS News, quien fue brutalmente agredida sexualmente por una multitud en la Plaza Tahrir de El Cairo en 2011, mientras cubría las protestas durante la Primavera Árabe. Logan fue separada de su equipo, golpeada y violada con las manos durante más de 20 minutos por decenas de hombres, en lo que ella describió como un ataque con la clara intención de «quebrar su cuerpo y silenciar su voz». Su testimonio, que dio tras una larga recuperación, rompió un enorme tabú sobre la violencia sexual contra corresponsales de guerra.

El caso de María Elena Ferral, asesinada en Veracruz en 2020 tras recibir amenazas por su cobertura de corrupción política, evidencia el riesgo mortal que enfrentan quienes rompen el silencio en regiones dominadas por el crimen organizado. Y, sin embargo, la violencia no siempre termina con la muerte: muchas otras, como la periodista rusa Maria Ponomarenko, han sido encarceladas, torturadas o forzadas al exilio.

El mensaje es claro: se castiga no solo la labor periodística, sino el hecho de que esa labor sea llevada adelante por una mujer. Una mujer que investiga, denuncia y no se somete.

  1. Mujeres reportando desde las trincheras

El periodismo en zonas de conflicto es una apuesta de valentía que, para las mujeres, implica un riesgo doble: el de la guerra y el de la violencia de género.

  • En Gaza, la fotoperiodista Fatima Hassouna fue asesinada el 16 de abril de 2025 por un bombardeo israelí que destruyó su hogar. Hassouna, de 25 años, era reconocida por su trabajo documental y acababa de ser seleccionada en el festival de Cannes.
  • En noviembre de 2023, la periodista freelance Ayat Khadoura murió junto a su familia en un ataque aéreo en Beit Lahia. Era conocida por sus podcasts sobre el día a día en Gaza. Su último video, grabado pocos días antes de su muerte, fue un mensaje directo al mundo y se viralizó tras el ataque.
  • El 26 de octubre de 2023, Duaa Sharaf, locutora de Radio Al-Aqsa, fue asesinada junto a su hija en un bombardeo en Al-Zawaida. Su muerte generó una ola de homenajes que la convirtieron en símbolo del riesgo que enfrentan las periodistas palestinas.

Más de 200 periodistas han perdido la vida en Gaza desde el inicio de la guerra en octubre de 2023, y al menos 24 mujeres, murieron en ataques dirigidos a sus hogares.

Estos casos ilustran el extremo de riesgo que enfrentan las reporteras en entornos bélicos. Su presencia, aun en medio del fuego cruzado, permite documentar la realidad, pero también las convierte en un blanco.

  1. Hostigamiento institucional y censura en regímenes autoritarios

En muchos contextos autoritarios, el silenciamiento de las mujeres periodistas no ocurre solo en las calles o en redes sociales: se orquesta desde los aparatos del Estado. Gobiernos que temen al periodismo independiente recurren al hostigamiento judicial, la criminalización del trabajo periodístico, la vigilancia ilegal y la propaganda de desprestigio para convertir a las reporteras en enemigas del régimen.

Un ejemplo paradigmático es Irán, donde dos mujeres periodistas, Niloufar Hamedi y Elaheh Mohammadi, fueron arrestadas en 2022 tras cubrir el caso de Jina Mahsa Amini, la joven kurda que murió bajo custodia de la «policía de la moral». Ambas fueron acusadas de actuar contra la seguridad nacional y pasaron más de un año en prisión antes de ser condenadas a largas penas. El CPJ denunció que su único “crimen” fue informar con perspectiva de género sobre una historia que encendió protestas a nivel nacional.

En Nicaragua, la dictadura de Ortega ha desmantelado casi por completo los medios independientes. Mujeres periodistas como Lucía Pineda Ubau y otras colegas del medio 100% Noticias han sido encarceladas, exiliadas y despojadas de su nacionalidad. Pineda fue liberada en 2019 tras pasar seis meses detenida en condiciones infrahumanas, y hoy continúa su labor desde el exilio, como narra en entrevistas con DW y RSF.

En Rusia, el caso de la periodista Elena Milashina, reconocida por sus investigaciones sobre Chechenia y derechos humanos, muestra cómo incluso la prensa con trayectoria es objeto de violencia sistemática. En julio de 2023, Milashina fue brutalmente golpeada por hombres armados mientras cubría un juicio en Grozni. Su laptop fue destruida, su cabeza rapada a la fuerza y recibió amenazas de muerte. Reporteros Sin Fronteras denunció el ataque como parte de una estrategia estatal de terror contra el periodismo de investigación.

El uso de leyes de difamación, espionaje o incluso terrorismo como herramientas de censura se ha multiplicado. En muchos casos, estas leyes no solo buscan castigar la información publicada, sino también estigmatizar a la periodista como agente extranjera, traidora o amenaza para el orden moral, reforzando estereotipos misóginos profundamente arraigados.

En estos contextos, la censura no siempre se ejerce con balas o encarcelamientos.

A menudo opera mediante el miedo, el aislamiento profesional, la vigilancia permanente y el daño reputacional, dejando marcas que muchas veces son invisibles, pero igual de efectivas para silenciar.

  1. Resistencias: cuando informar es un acto de defensa propia

Frente a la violencia estructural, el silencio impuesto y la censura institucional, muchas mujeres periodistas han decidido no callar. Desde trincheras digitales, medios comunitarios o redacciones en el exilio, ejercen un periodismo que no solo informa: también resiste, protege y transforma.

A nivel global, han surgido redes de apoyo que ofrecen protección legal, acompañamiento psicológico y herramientas de seguridad digital para reporteras en riesgo. Iniciativas como Coalition For Women In Journalism (CFWIJ), o el programa de UNESCO sobre la seguridad de las mujeres periodistas brindan apoyo técnico y visibilidad a quienes enfrentan amenazas por hacer su trabajo.

Estas redes también funcionan como espacios de sororidad profesional, donde compartir una experiencia de acoso, censura o exilio no es una debilidad, sino una forma de sanación colectiva.

Como dice la periodista y defensora de derechos humanos Jineth Bedoya, secuestrada y violada en Colombia por informar sobre paramilitares: “El periodismo hace que me levante cada mañana. Estoy aquí y respiro gracias al periodismo, es una forma de vida”. Su caso fue llevado ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que responsabilizó al Estado colombiano por omisión y negligencia.

De igual manera, como Jineth Bedoya, las periodistas iraníes Hamedi y Mohammadi, han sido reconocidas con el Premio UNESCO Guillermo Cano por su valentía, demostrando que incluso en los contextos más adversos, la comunidad internacional puede amplificar sus voces y exigir justicia.

Conclusión: No hay libertad de prensa sin mujeres libres

La violencia contra las mujeres periodistas no es una “consecuencia colateral” del autoritarismo, el crimen organizado o la guerra: es una estrategia sistemática para excluirlas del espacio público. Es, en muchos casos, un mensaje dirigido a todas: “Esto les pasa por hablar”. Y, sin embargo, siguen hablando.

Frente al miedo, la autocensura o el exilio, muchas optan por la palabra. Por la denuncia. Por el periodismo.

Proteger a las mujeres periodistas no es un gesto de solidaridad sectorial: es una condición imprescindible para garantizar la libertad de expresión y el derecho a la información de toda la sociedad. Porque cuando una reportera es silenciada, lo que se pierde no es solo una voz: es la posibilidad de entender el mundo desde otra mirada.

Y sin esa mirada, no hay democracia posible.

Las personas mencionadas en este artículo son solo una pequeña parte de todas las mujeres periodistas reprimidas en el mundo y es por esto por lo que desde Free Press Alliance, agradecemos la valentía de todas y llamamos a que su coraje nos inspire a seguir a actuando y no callar por la libertad de prensa en el mundo.

Multiply our Impact: